Esta semana ha resultado movida por todo el lío que los medios de comunicación han generado alrededor de los universitarios británicos que practican deporte y fiesta en Salou.

Resulta interesante después de tantas discusiones sobre modelos turísticos, crecimiento sostenible, etc ver como los empresarios turísticos de Salou y los propios residentes se discuten entre ellos para determinar si Salou está perdiendo su encanto, o en tiempos como los que corren este tipo de turismo es bienvenido.

Dejando a parte dichas disquisiciones, si que me gustaría analizar está cuestión desde el punto de vista del componente emocional que cada vez más debemos atribuirle al turismo. Los universitarios ingleses han venido a Salou ni más ni menos que para poder disfrutar de un sinfín de «emociones choque» (tal como las define el filósofo francés Michael Lacroix). Emociones que se inscriben en la superficialidad, la sucesión rápida de acciones diversas que buscan la sobreexcitación y la hiperactividad del individuo. Este tipo de emoción como producto turístico busca sustituir el exceso de la sensibilidad por la sensibilidad de los excesos. Y esto es lo que Salou ha conseguido vender de forma excelente, un producto diferenciado y basado en una componente emocional que funciona en un determinado tipo de segmento.

Pero no solo de emociones choque vive el turista. Existen otro tipo de emociones que pueden resultar más enriquecedoras, como las que evocan la contemplación, o el desarrollo personal. La cuestión que nos deberíamos preguntar es ¿Que tipo de emociones quiere ofrecer mi empresa o destino? Y esa es una cuestión que quizás deberíamos empezar a plantearnos si queremos que las empresas turísticas de este país puedan empezar a ser un poco más competitivas